miércoles, 5 de junio de 2013

LA PENÉLOPE DEL FARO

















Santina gastó sus ojos
de tanto mirar el mar,
la Penélope del faro
la podríamos llamar.

Ella esperaba a su amado
marchó, para prosperar.
Pero todos fueron volviendo
y el suyo, quedóse atrás.

No le quedaban amigos
con nadie quería hablar,
ella cerró sus oídos
para no escuchar, la verdad.

Que habían visto al Justino
al otro lado del mar,
que vivía en un ranchito
con una mujer de allá,
que con ella tuvo hijos
¡media docena! además.

Ella no creería eso
de su Justino ¡jamás!
Se aferraba a su rosario,
no porque fuera a rezar.
Fue su último regalo
era parte de su ajuar.

Quince años han pasado
desde que lo vio  marchar.
Ya va para cinco años
sin tener una señal.

Mandó cartas por un año
se las devolvían sin más.
Es por eso que en las noches
le escribe en un diario
lo que le quiere contar.

Antes de irse a la cama
abre el cofre de su ajuar
se conoce de memoria
lo que allí se va encontrar.

Aun así tiene que hacerlo
cual si fuese un ritual.
Acaricia el etéreo velo
que parece querer volar.

La tela de su vestido
igual que espuma de mar,
que en noches de luna llena
de plata suele brillar.

En el brocado del pecho
las diminutas perlitas
le dibujan un rosal.

También esta la guirnalda
echa de plata y coral,
con la gargantilla a juego
y su rosario además.

Hace ya cinco años
que le mandó el ajuar.
En su carta le decía:
"solo te falta el anillo,
te lo pongo en el altar.

Para ese rito sagrado
muy poco nos queda ya,
y a partir de ese día
nada nos separará".

Santina cierra la tapa
y vuelve a suspirar,
se le secaron los ojos
de tanto llorarle al mar.

Una noche de tormenta
su cumpleaños además.
Se dijo, que no podía más
debía afrontar la verdad.

El Justino nunca vendría
no le volvería abrazar,
no se vería en sus ojos,
sus labios, no besaría ya.

Él no estaba en este mundo
se había marchado al otro
sin mandarle una señal.

Ahora que lo había aceptado
no perdería tiempo ya.
Dejó una carta al notario,
se disponía a testar.

La tierra, las cosas y la casa
se las cedía a la Villa
nada la importaba ya.

Solo les pedía una cosa
si la devolvía el mar,
la enterrasen con sus cartas
en el cofre de su ajuar.

Se bañó entre velas y perfumes.
La tormenta arreciaba más
Sonreía, despacio, sin prisas
¡Era feliz!  Se acabó el esperar


¡Por fin lo iba a estrenar!
Interiores de seda y encaje
medias de fino cristal,
botas de cabritilla blanca.

El vestido le ceñía el talle
nunca se lo quiso probar.
Los botones de la espalda
¡no se acababan jamas!

Los rayos le iluminaban
el camino hasta el mar,
las olas eran muy altas
no querían dejarla entrar.

Ella sonriendo,
del agua que estaba fría
se dejaba acariciar.
Paso firme, hacia adelante
él la esperaba al final.


EL MAR TARDÓ CASI UN MES
EN DEJARLA MARCHAR
LAS OLAS,  EN LA ARENA
LA BESABAN SIN CESAR.

LOS MARINEROS  SE ACERCABAN
SE HACÍAN CRUCES SIN PARAR
LA SANTINA ESTABA BELLA,
REJUVENECIDA ADEMÁS.

SONRISA SERENA, SUS OJOS,
MIRABAN EL MAS ALLÁ.
TODO EN ELLA IMPECABLE,
TODO ESTABA EN SU LUGAR

LA GUIRNALDA CON SU VELO,
EN SU CUELLO EL COLLAR,
EN EL DEDO DE SU MANO
RELUCÍA SIN CESAR

UN ANILLO DE DIAMANTES,
TRENZADO CON ESLABONES
DE FINA PLATA Y CORAL.